Pregón de Navidad 2008
MIKEL SÁNCHEZ ÁLVAREZ
“No he pasado de peón de albañil de belén”

 

 

El Dr. Mikel Sánchez es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad del País Vasco y especialista en Traumatología y Cirugía Ortopédica, siendo, quizá, el traumatólogo más reconocido del país. En 2006 creó la primera Unidad de Terapia Biológica en Vitoria-Gasteiz, tratando a pacientes y deportistas de prestigio internacional. Hoy deja la bata para tomar el micrófono en este salón de actos del Conservatorio de Música Jesús Guridi, aceptando el encargo de convertirse en el Pregonero de la Navidad 2008

 

 


“En primer lugar quiero agradecer a la Asociación Belenista de Álava el honor que me hace al invitarme a dar este pregón de la Navidad de este año 2008, una invitación, que siendo hijo de Luis Mari Sánchez, de ninguna manera podía rechazar. Os agradezco a todos los asistentes por haber venido a escucharme, aunque es más probable que hayáis venido a escuchar a la magnífica coral que nos va a deleitar después. Cómo no, doy, también las gracias y ánimo a seguir trabajando a todos los que contribuyen a mantener viva esta tradición.

Gracias a esta tradición de montar el Belén, por cierto, profundamente arraigada en mi familia, supe de niño lo que no iba a ser de mayor. Nunca me podría haber dedicado al diseño y a la construcción. Francamente no tenía ni mucha imaginación, ni mucha pericia ayudando en el Nacimiento y por eso, en casa, nunca conseguí pasar de peón de albañil de Belenes. Sin duda acerté plenamente dedicándome a la Medicina y desarrollar mis posibles habilidades en la Cirugía.

Y habéis invitado a anunciar esta Navidad a una persona dedicada a la Medicina y a la investigación y muy poco habituada a hablar de temas no relacionados con ella. Aunque, por otra parte, casualmente fue un médico el que más indagó y escribió sobre esta fase de la vida de Jesucristo. Se trata de Lucas el Evangelista.

También os tengo que agradecer de nuevo esta invitación por que me ha obligado a hacer algo para lo que, por culpa del agobio de cada día, nunca solemos tener tiempo, que es reflexionar sobre temas transcendentales, en este caso la conmemoración del Nacimiento de Jesús. Estas inquietudes y reflexiones son las que os intentaré transmitir hoy.

Una de las características importantes de la época en que vivimos es el fantástico desarrollo de la ciencia, que ha alcanzado metas insospechadas en la lucha contra la infertilidad utilizando diferentes procedimientos de fecundación “in vitro”. Se han conseguido hechos tan discutibles como embarazos en mujeres después de la menopausia, o el manejo y manipulación de embriones, e incluso la clonación de varios animales. Pues bien: en esta época tan espectacular adquiere un matiz más mágico, si cabe, el misterio de la concepción de la Virgen María. La ciencia no puede explicarlo y tiene tendencia a rechazar tal posibilidad. Pero los que trabajamos estudiando el cuerpo humano y sus componentes, si nos paramos a reflexionar un poco, tenemos que llegar a la conclusión que cuanto más sabemos, menos podemos creer en el saber. Nos damos cuenta que nunca llegaremos a saberlo todo. La ciencia no puede explicar el sentido de la vida ni por qué tenemos que morir, ni siquiera para qué existe el mal, ni el porqué de las guerras, ni de las desgracias naturales. Puede que sea por eso por lo que el hombre, desde siempre, ha buscado sus respuestas en un Ente Superior. Desde la edad de piedra, y esto está científicamente probado, el hombre siempre se ha preguntado dónde está Dios. Dios se ha ido manifestando de forma diferente en las diversas culturas. El Cristianismo, el Islam, el Judaísmo, el Hinduismo, el Budismo, etc., son diferentes, pero por ello no tiene por qué haber rivalidad ni oposición de unas contra otras. En todas ellas las gentes se reúnen de forma periódica y masiva para sus celebraciones.

Pues bien, nosotros hemos nacido en el seno de esta civilización Cristiana y lo que pretendemos rememorar cada año es el Nacimiento de Jesús. Este nacimiento ha marcado un antes y un después en el mundo entero, incluso hasta en el mundo no cristiano. Y desde que el Papa Silvestre I lo recomendó en el siglo IV, se celebra la Navidad regularmente, convirtiéndose en la época más bonita de cada año porque nos hace volver a la infancia y creer en lo imposible y maravilloso, y, también, porque se acaba sabiendo que el año siguiente volverá.

Los primeros recuerdos que me vienen a la cabeza de las Navidades de mi infancia son sobre la construcción del Belén, porque en mi casa no era un montaje sino una verdadera construcción. ¡Qué torpe era!. Nunca sabía qué querían decir con “un poco más para allí o un poco más para aquí”. ¡Qué poco gusto tenía para colocar las figuras!. Pero, qué bonito era ir al monte a por musgo y troncos para hacer la gruta, los sacos empapados de escayola para hacer los montes o el recuerdo que tengo de un año con la construcción de una tapia con piedras y cemento de verdad, poniendo todo hecho un cisco. ¡Qué gozada!. Luego se ponían las preciosas figuras con mucho estilo, cada una en su sitio. Siempre me ha caído muy bien San José. En las figuras nunca estaba sonriente y, a pesar de haber asumido resignadamente el embarazo de su mujer ejerciendo absolutamente el papel de padre, siempre lo ponemos en un segundo plano, casi al nivel del buey y la mula. Siempre humilde y nada protagonista. A todos nos vendría bien seguir su ejemplo.

Cuando terminábamos de montar el Belén empezaban los ensayos de los villancicos en euskera. Eran preciosos. Todos los hermanos y algunos primos formábamos una coral espectacular. Ahí se ponía en evidencia otros de mis déficits. Descubrí que era absolutamente negado para el canto. Nunca gané el casting para ser solista en la coral de casa. Pero, ¡qué bien se lo pasaban todos cuando me hacían cantar en solitario!. Luego llegó mi adolescencia, durante el exilio de mi familia. Fue una época con unas Navidades algo más tristes y nostálgicas, pero que fueron muy importantes para estrechar los lazos familiares. Solíamos juntarnos con la familia que venía de Vitoria y otros que venían a nuestra casa porque no podían estar con sus familias y también lo pasábamos muy bien.

Más tarde, ya de médico, casado y con hijos, eran las Navidades de las guardias en el Hospital. Casi siempre me tocaba algún día y supongo que era yo al que echaban de menos en la mesa de casa. Probablemente mis hijos no tengan buen recuerdo de que siempre era su Aita el que faltaba. En esta época, puede ser por no estar con los tuyos en estos días de guardia señalados, hice muy buenos amigos y me sigo acordando mucho de estos días de Navidad en el Hospital. Y así llegamos a los años actuales. La familia ha crecido muchísimo y, a pesar de que cada familia pone un pequeño Belén, el Aitatxi sigue montando, nunca mejor dicho, el Belén de todos en la casa del pueblo. Tenemos la suerte de poder juntarnos 4 generaciones. Este año esperemos que, si Dios quiere, siga siendo así a pesar de que alguno ha “rozado el poste”.

Durante mis guardias navideñas en el Hospital algunas veces se ponía en evidencia la parte menos bonita de esta época del año. No en todas las familias había alegría, paz y amor. Unas veces por la enfermedad o muerte de algún familiar y otras veces por el abandono de algún enfermo. Era sorprendente ver cómo nos “aparcaban” a algún anciano en estas fechas para que no les fastidie las Navidades.

Probablemente, poco a poco, hemos ido desvirtuando el espíritu navideño. Es verdad, somos cada vez más materialistas. Se dice que hay que vivir al día. Aunque sea un tópico decirlo estamos llegando a celebrar unas Navidades agnósticas. Empezamos a celebrar la Nochebuena como las fiestas de La Blanca. Parece que hemos entrado en una época extraña, incoherente y llena de contradicciones.

Según cuenta el Evangelio, Jesús de Nazaret nació en una cueva habilitada como establo. Su cuna fue un pesebre. Nació solamente rodeado de María y José y unos animales domésticos que ayudaban a mantener el calor. Nació sin comadrona, sin anestesia epidural, sin asepsia, sin vídeos ni fotos. Casi igual que nuestras celebraciones navideñas con estos gastos extraordinarios, que más bien se han convertido en “ordinarios”. Desgraciadamente, sin embargo, estas celebraciones no pueden vivirse de la misma manera en todas las familias. El mundo que hemos hecho es así, una parte vivimos con todas las comodidades mientras otra parte del mundo vive de forma indigna. Estas diferencias también se ven, por desgracia, en el seno de la Iglesia. No vive igual un cura en Roma que otro en Mozambique o en los barrios pobres de nuestras ciudades.

La Navidad es una época de exaltación del amor y la paz, que desaparecen el resto del año. Es impresionante ver cómo se hacen guerras en nombre de Dios o cómo defendemos a nuestro Dios a tortas, como pudimos ver recientemente en unas imágenes televisivas que mostraban a unos religiosos ortodoxos pegándose con saña en la iglesia del Santo Sepulcro.

La Navidad ha sido siempre una época de exaltación de la familia. Aunque es verdad que la pérdida de un familiar cercano hace más difícil las muestras de alegría en estas fechas, siempre la alegría volverá con el nacimiento de un nuevo miembro. Sin embargo hay otras familias rotas por el abandono de uno de los padres en las que casi siempre alguien gana y alguien pierde. Los que pierden siempre son los niños. La familia clásica está perdiendo protagonismo. El tiempo nos mostrará cuales serán sus consecuencias.

Es también en estos días en los que se viven más intensamente todos los sentimientos, la alegría pero también la añoranza y la tristeza. En la Navidad es cuando deberíamos tener un pensamiento más intenso para las familias en las que en su mesa quedará vacía alguna silla porque alguien ha fallecido de forma natural o violenta, o por estar encardelado o por haber emigrado.

Esta sociedad materialista y algo egoísta necesita, probablemente, redefinir sus valores y volver a despertar la nobleza del hombre. Seguramente no tenemos que inventar nada. Solamente volver a mirar al Belén e intentar entender su significado.

Esto es lo que deseo para todos, que el espíritu del Belén permanezca en todos nosotros después de que hayamos guardado cuidadosamente las figuras.”

Mikel Sánchez Álvarez
Navidades 2008