Pregón de Navidad 2007
P. MIGUEL ÁNGEL GUTIÉRREZ SÁNCHEZ, O.P.
“La Navidad viste de fiesta nuestras vidas”

 

Siguiendo con la intención de acercar el Pregón de Navidad a todos los rincones de la ciudad, hoy, 15 de diciembre, acudimos hasta la Parroquia Santa María de los Ángeles, donde su párroco, el dominico Miguel Ángel Gutiérrez, “Mitxel” es la persona escogida como pregonero. Sus muchos años vinculado a nuestra ciudad desde somo párroco, le han convertido en vitoriano de adopción.

 


“Ante todo, queridos amigos, quiero comenzar, dándoos las gracias por el honor que me habéis hecho, al invitarme a dar este Pregón de Navidad. Es una gran satisfacción para mí, estar hoy aquí, con vosotros, para hablaros del significado que tiene para mí la Navidad. Para mí como hombre cristiano y como sacerdote la Navidad es siempre una fiesta entrañable. Os diré que en esta ciudad de Vitoria, a la que estoy tan unido, he vivido y compartido mis mejores Navidades. No sólo porque ha sido el lugar donde más Navidades he pasado en mi vida, sino por la intensidad con que las he vivido.

Cuando hablamos de la Navidad, es difícil no caer en tópicos: una fiesta emotiva, una fiesta familiar, una fiesta entrañable, reconciliadora; pero también con su otra cara, la fiesta del consumismo exagerado, del despilfarro y de las grandes comilonas.

Pero con todos los tópicos que se quieran, buenos o menos buenos, la Navidad es una de las fiestas más importantes, más significativas y preferidas de los cristianos y que no deja a nadie, creyente o no creyente, indiferente. ¡¡La Navidad, siempre viste de fiesta a nuestra vida!!. Provoca en las personas sentimientos, anhelos y buenos deseos para toda la humanidad.

El slogan con la frase: ¡Feliz Navidad para todos!, aparece en todos los rincones. Y es por ese motivo, que todos los años por estas fechas, concebimos la esperanza de que con el Nacimiento de Jesús, se hagan realidad. Deseamos con todas nuestras fuerzas que el recuerdo del nacimiento de Jesús, por fin produzca el milagro de que: ¡¡Un mundo de Amor es posible para todos!!.

La Navidad es una fiesta tradicionalmente familiar e íntima. Todos tenemos una memoria navideña asociada a esos momentos mágicos y entrañables que hablan tanto de la evolución personal como de la evolución de la fiesta. Vienen a mi memoria esas navidades infantiles, que se asocian a la edad de la inocencia, donde no falta nada: rodeado de mi familia, en un pueblo de la montaña leonesa. Nieve, misa del gallo, villancicos, zambomba y panderetas, aguinaldo, inocentadas; fiestas humildes y sencillas pero felices. Desde entonces hasta hoy y en todas las Navidades que he vivido, poner el Belén es un referente en mi vida. Una imagen constante, un elemento imprescindible de la Navidad. Entonces no existían otros elementos anunciadores de la Navidad.

Más tarde viví las Navidades adolescente ya en la escuela apostólica, de la Virgen del Camino, cuando mi vocación religiosa ya había despertado. Pero seguía siendo un acontecimiento que se recibía con mucha alegría. Aunque eran fiestas sencillas, sin vacaciones y presididas por la religiosidad y donde reinaba el compañerismo y la alegría.

Luego en Roma, donde transcurrieron mis primeros años de fraile dominico. Allí las fiestas aunque emotivas desde el punto de vista religioso, se tiñeron de nostalgia con el recuerdo de la familia y, por qué no decirlo, del turrón y de los villancicos. Aquellas Navidades fueron más tristes y nostálgicas. Llegaba el paso de la inocencia a la juventud crítica y rebelde.

Regresar a Salamanca, supuso volver a vivir intensamente la Navidad en una comunidad de frailes amplia, activa, ilusionada, donde el gozo de la fiesta iba unido a solemnes celebraciones religiosas que te llenaban de espiritualidad y también de una juerga sana y alegre.

Otro paso en mi trayectoria fue Pamplona. Ese fue mi primer destino como fraile de una cuasi parroquia, que luego sería el trampolín para venir a Vitoria. En Pamplona viví unas Navidades intensas y sentí por primera vez el calor de los miembros de una familia que no era ni de sangre, ni de hábito blanco, sino de personas que estaban con nosotros en lo religioso y en lo humano de los cuales siempre llevaré un grato recuerdo.

Y por fin Vitoria. Las Navidades aquí siempre han sido para mí especiales, siempre diferentes, siempre entrañables, felices y plenas. Intensas han sido y son con los niños preparándoles con cuentos, con marionetas, con todo aquello que imaginar se pueda. Preparándoles, digo, para que comprendan el milagro repetido del Nacimiento del Señor, para hacerles captar este momento mágico que puntualmente se repite cada 24 de diciembre y sobre todo, para que permanezca en ellos el espíritu navideño siempre. Intensas también han sido las Navidades con los adultos, motivadas con celebraciones especiales, que hacían que el Espíritu volviera a renacer en el Amor al Niño Dios. Y mi continua invitación a que visiten y se deleiten con los belenes de la ciudad. Con el de la Florida, que todos los años visitamos y disfrutamos con sus grandiosas figuras y con los villancicos que nos acompañan en el recorrido.

Vitoria desde siempre ha sido pionera en belenes, me cuentan los más mayores que una de las cosas que hacían de niños con su familia, era el recorrido de belenes por todas las parroquias y colegios que lo exponían.

Por eso, hoy ante todo quiero felicitar a la Asociación de Belenistas de la ciudad y darles la enhorabuena por esa labor que todos los años con mucha paciencia y esmero hacen para luego deleitar a todas las personas que los visitan.

Hoy, personalmente y en nombre de todos los que formamos esta Comunidad, quiero agradecer de corazón la dedicación a un miembro de la Asociación, que todos los años con mucho amor construye el Belén de la Parroquia, y os animo a todos a que lo visitéis y lo admiréis después.

Ahora, en la sociedad actual, tenemos muchos elementos que nos anuncian la Navidad. Todos tienen una finalidad: las luces que embellecen la ciudad; los escaparates que nos invitan a la celebración con dulces y regalos, los pinos iluminados en casa o en la calle, el ajetreo de compras por parte de todos que indican que algo va a ocurrir. Pero sobre todo el que mejor nos anuncia la Navidad y lo hace de una manera más real y que repercute, no en el bolsillo, sino en nuestra propia existencia es el Belén, y lo que el Belén representa. Los belenes han sido y son lo que mejor representa la Navidad.

Como he dicho antes, el Belén es uno de los elementos que conforman nuestro imaginario navideño. Y soy de los que me da pena que muchos hogares estén optando por simplificar y reducir el Belén a la representación del nacimiento propiamente, o que prefieran elementos ajenos, más “peliculeros” como el abeto o el papá Noel y sus complementos.

Está muy presente en mi memoria la ilusión y la emoción con que preparábamos el Belén. Hablar de “montar el Belén” significaba la llegada inminente de la Navidad, de la fiesta, de los dulces, de los villancicos. Todos nos afanábamos por colaborar para que el Belén fuera bonito, perfecto y magnífico, aunque los elementos con que contábamos entonces fueran humildes y pobres comparados con los actuales.

El primer paso era desempolvar las figurillas, comprobar que estaban en condiciones y, si estaban deterioradas, buscar unas nuevas para el nacimiento de ese año. Los siguientes pasos se sucedían a la velocidad del rayo: ir al monte a coger musgo y arbustos, conseguir papel de plata, estirarlo con sumo cuidado para que no se rompiera, para simular el río. Colocar las figuras de los distintos personajes, colgar el ángel con maña para que no se cayera, calcular la distancia adecuada para poner el asno y el buey, cuidar de que el niño se viera bien, al igual que la estrella que anunciaba el lugar. Días después ir acercando los reyes poco a poco al portal… en fin, tantos y tantos gestos que los vivías apasionadamente pensando que hacías algo importante y que daban sentido a la Navidad.

Además, por aquel entonces el Belén, por muy pobre y simple que fuera, ocupaba un lugar primordial en la escuela, en la casa, en la iglesia. ¡Ojalá lo ocupara también ahora!. Lo cuidábamos, lo respetábamos, lo admirábamos y presentíamos en él el milagro repetido del nacimiento del Salvador. ¡Ojalá que, hoy, en Vitoria sea también así!.

Pero también hay que recordar que todas estas acciones no estaban exentas de discusiones, de enfados y broncas: quién se encargaba de qué cosas, dónde poner a los pastores, donde colocar la estrella, cualquier detalle podía provocar malentendidos o preguntas inocentes ¿por qué no había un lobo al lado de las ovejas?. Pues por aquel entonces eran dos animales que nosotros asociábamos instintivamente.

Pero lo cierto es que nunca llegaba la sangre al río, el espíritu navideño se imponía. Al final, todos quedábamos encantados y orgullosos del resultado que, no hay que olvidarlo, se conseguía sumando los esfuerzos de todos. Todos eran colaboradores, en la escuela, en la familia o en la iglesia y se participaba del resultado final. Cuando el Belén estaba terminado, o bien la madre o la abuela reunía a todos e invitaba a cantar un villancico al Niño. ¿No tendría que ser ése el resultado final de nuestra construcción de la sociedad?.

Recuerdo Belenes cuando era adolescente que eran verdaderamente mágicos, y que te quedabas mirando y descubriendo algo nuevo en cada rincón. Hoy, hay belenes absolutamente impresionantes y magníficos; más que entonces. Algunos hay que son toda una obra de arte y de imaginación, y tienen un poder de atracción que embelesa a las personas, da igual que sean niños que sean personas mayores.

Pero ha sido más tarde cuando he percibido que el Belén significaba algo más: he descubierto que el Belén y su construcción esconde una riqueza simbólica que va más allá de la simple representación iconográfica de un momento crucial de nuestra religión. He descubierto que contemplar un Belén, es contemplar nuestra sociedad, es contemplar la vida misma, nuestra propia existencia, mi propia existencia. Y esa contemplación cargarla de preguntas.

El Belén, introducido en el siglo XIII por San Francisco de Asís, viene a ser la representación del Misterio. Misterio que sucede en una sociedad, cohesionada, jerarquizada, laboriosa, con gentes de oficios duros, básicos y a quienes el nacimiento del Niño Dios les va a dar un nuevo sentido a su existencia, donde todo queda en suspenso con la llegada de la buena nueva que anuncia el Ángel.

Hoy, al igual que antes, los belenes manifiestan la pluralidad de ideas, de gustos, de oficios, de preocupaciones. Expresan laboriosidad, diversidad de situaciones de vida por las que pasamos las personas. Todos los belenes manifiestan la realidad de nuestra sociedad y su sentir: nuestras diferencias y nuestros consensos. Nuestros deseos y preocupaciones. Y sobre todo nuestras ilusiones: que nuestra sociedad sea equilibrada, pacífica y perfecta, en la que cada uno pueda desarrollar su vida en paz y en libertad y contar siempre con la ayuda de los demás.

En este sentido, contemplando las figuras del Belén, todos los personajes transmiten alguna idea, algún sentimiento. Pero, si todos los personajes que se ponen en los belenes dicen algo a la gente que los contempla, tal vez la estrella y el ángel son (dejando a un lado a los protagonistas: María, José y el Niño) los personajes que “más dicen” de los del Belén, que más pueden decir, hoy, en nuestra sociedad. La estrella es la que señala dónde está la Buena Noticia. El ángel es el que la anuncia, el que proclama la “Gran Noticia”, el que anuncia la llegada de la Luz, del Amor y de la Paz, para esta sociedad de hoy y de aquí. Sí, también de aquí. Y aunque, a pesar de que la noticia provocara en los pastores y en las gentes de buena voluntad, sorpresa, no exenta de susto y duda, le creyeron, le siguieron y eso transformó sus vidas y la de la Humanidad. Ya nada fue igual a partir de entonces.

También nosotros estamos a deseo de oír grandes noticias, buenas noticias, aunque nos sorprendan, nos llenen de susto y de dudas, como a los pastores. Queremos oír noticias que nos ayuden y nos solucionen los problemas de la vida. Noticias que nos alegren, que serenen nuestra existencia y que nos ofrezcan una sana felicidad.

Y es el ángel el que cumple esa función, él es quién nos trae la noticia con mayúsculas, noticia que además se repite puntualmente cada año por estas fechas: la de la ilusión y la esperanza de una vida mejor, de un mundo donde la paz, la justicia y la fraternidad sean la norma para nuestra convivencia, y el anuncio de una vida más allá de la puramente terrenal. Todas esas noticias hechas realidad en el Niño Dios. En ese Niño nacido en un pobre establo, entre gente sencilla, humilde y trabajadora.

¿No es magnífico?. Con Él llega la esperanza en un mundo mejor, la creencia de que otro mundo, más pacífico, más humano, más limpio puede ser posible. Y puede ser posible si nosotros asumimos ese reto, reflexionando, creyendo, y siguiendo las palabras y los hechos de Jesús.

Ahora que hay muchos intereses en nuestra sociedad que nos empujan para que la Navidad sea una fiesta puramente consumista y casi ajena a valores espirituales, conviene recordar, hacer hincapié, reforzar la idea de que celebrar la Navidad tiene otras exigencias distintas. Todo esto es lo que nos anuncian los belenes. Por eso, gracias a vosotros, belenistas, que mantenéis viva esta tradición. Que no os desaniméis. Llenad todas las navidades de belenes, pues contemplándoles permanecerá siempre vivo el espíritu auténtico de la Navidad.

Este espíritu navideño hará siempre un llamamiento al consumo responsable por nuestro bien material, es decir, nuestro bolsillo. Llamamiento por el bien de nuestro planeta (tanto gasto superfluo, tanto envoltorio daña nuestro medio ambiente). Llamamiento al respeto de la naturaleza y en definitiva llamamiento a nuestra felicidad personal y social. Pues tanto gasto excesivo aumenta nuestra ansiedad, produce cada vez más enfrentamientos, más competitividad, provoca estrés y por supuesto no nos proporciona serenidad y felicidad.

Tenemos, hoy, muchos elementos a nuestro alcance, como decía antes, que anuncian la Navidad, pero ninguno como los belenes. Las luces de la ciudad la iluminan y la embellecen. ¡Ojalá que esas luces nos inviten a que durante todo el año nosotros la veamos mejor, nos veamos mejor y veamos mejor a los demás!. Pues eso nos ayudará a descubrir a todos no como adversarios y enemigos, sino como hermanos y como conciudadanos, buscando siempre lo mejor para todos y entre todos. Con las luces y la luz de la Estrella del Belén, nuestra convivencia será más justa y más pacífica. Descubriremos que nuestras diferencias nos enriquecen y nos estimulan, pero nunca nos tienen que enfrentar.

Los dulces son algo agradable, muestran la necesidad de dulzura para nuestra vida y la necesidad de poner más dulzura en nuestras relaciones sociales, políticas y laborales. Los regalos manifiestan nuestra amistad, nuestra familiaridad y ojalá nos impulsen a darnos siempre a los demás, a prestar nuestra cercanía y ayuda.

Pero por encima de todo celebremos estas fiestas con el espíritu que los belenes nos trasmiten: nos animan a vivir la vida en positivo. Nos impulsan a contemplar nuestra existencia a la luz de la buena noticia que la Navidad nos trae. Por eso celebremos esta fiesta con gozo y alegría. Celebremos la Navidad con sentido agradecido. Y, sobre todo, celebremos fiesta, pues al Niño, personaje principal de todos los belenes, también le gustan las fiestas y que se celebren con Amor y respeto. Pero también es su deseo que le reservemos un lugar en nuestro corazón para que Él mismo nazca en cada persona de la tierra y así ayudarnos para hacer de este mundo nuestro, un mundo de amor, paz y fraternidad.

 

P. Miguel Ángel Gutiérrez Sánchez, O.P., “Mitxel”
Navidades 2007