Pregón de Navidad 2006
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ-MOLINA MAMPASO
“Encontraréis un Niño acostado en un pesebre”
Con el fin de acercar esta llamada a vivir la Navidad a toda la ciudad, este año nos acercamos, en esta tarde del 16 de diciembre, hasta la Parroquia de San Pedro Apóstol, donde un numeroso público abarrota el templo para escuchar el Pregón de Navidad de este año. Nos acompaña, en la grata y difícil tarea de pregonero, D. José Manuel Sánchez-Molina Mampaso, presidente de la Asociación Belenista de Madrid y de la Federación Española de Belenistas. Sin duda, un pregón muy centrado en el misterio del belén.
“Quiero en primer lugar agradecerles a todos su presencia, y el acogedor recibimiento que me han tributado, así como a los medios de comunicación el tiempo y los hermosos textos que en estos días me han dedicado.
Sirvan mis palabras de esta tarde, para desearles lo mejor para la Navidad 2006. Representan vivencias, ilusiones, deseos y experiencias de 50 Navidades vividas, disfrutadas, y añoradas que esta tarde quisiera compartir con todos ustedes.
Mi agradecimiento a la Asociación Belenista de Álava por su invitación a protagonizar este acto y quiero felicitarles a todos sus miembros por el ilusionado trabajo que vienen desarrollando desde 1974, en divulgar una tradición tan hermosa, grandiosa y bella como es “El Belén”, auténtico pregonero de la Navidad para TODOS cuantos se acerquen hasta él.
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“…Y os doy esta señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
Así de sencillo, a la vez, de impresionante es el nacimiento de Dios en la tierra de los hombres. Dios viene al corazón de nuestras tinieblas y de nuestra cotidianidad. Dios no nace sobre un altar, sino en el pesebre de una cueva. Nada especial. María y José son parecidos a otras parejas que están viviendo el mismo acontecimiento. Un decreto del emperador Augusto provocó el desplazamiento de muchas familias: “Todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad” (Lc, 2,3).
Algunos se alojan en la casa familiar, otros en el albergue, otros con un poco más de medios económicos en la posada cercana. Pero María y José no tienen esa suerte, ¿llegaron tarde?. Algo sí es seguro: el dinero no les sobra, “no encontraron sitio en la posada” (Lc 2, 7).
Pues, ¿qué hacer? No muy lejos de la casa familiar se les ha habilitado un pequeño espacio, dentro de una cueva donde los animales vienen a comer y a descansar. Es un pesebre. Y es así, en la gran sencillez, casi en la indigencia, como María deposita a su niño recién nacido en la ribera de este mundo.
Algunos estudiosos hablarán de un relato legendario, otros dirán que se trata de un puro mito… Para los creyentes, y aún para los pastores que acuden, es algo muy grande, es algo sagrado. Es la revelación de nuestro Dios en la luz y en la oscuridad. El texto evangélico nos dice que estos pastores “están envueltos en claridad”, es la palabra clave: la luz de la fe, la claridad de una fe luminosa.
El Evangelio no nos da ni la fecha ni la hora del acontecimiento. Pero, pronto el pueblo creyente celebra este acontecimiento: en el siglo IV, el Papa Silvestre I invita a los cristianos a celebrar la Navidad.
¡Cuántas Navidades vividas desde entonces… !
Navidad es la fiesta creada para que la vivamos TODOS.
Una nueva Navidad llama a nuestra puerta, a nuestra vida. De forma expectante, como esperando a ser recibida, a ser necesitada, a ser oída, viene vestida de fiesta, desbordante de paz, de consuelo, de misericordia, de perdón, viene para mostrarnos el misterio de una noche santa de contemplación en la mutua reconciliación.
Preparémonos para su llegada, adornemos para ello nuestros hogares y nuestras vidas, comencemos haciéndonos útiles para los demás.
El Adviento es tiempo de esperanza, de aceptación, de compromiso.
Si estamos dispuestos a decir “SÍ” la recibiremos, de lo contrario pasará de largo y no nos trastocará el don de libertad con el que se nos revistió en el acto creador.
Recibirla y aceptarla nos compromete a buscar la armonía, a que nos florezca la alegría, a alojarnos en la concordia, a buscar la luz, a vivir en la confianza, que nos ilumine la ilusión, que nos encienda la esperanza.
Cada Navidad que viene y se va nos juzga. Nos juzga uno a uno a los cristianos y a todos juntos como Iglesia de Cristo, familia de hombres nuevos, luz de la nueva humanidad, actual encarnación de Cristo. Nos juzga a ver si ha renacido o no en nosotros ese hombre, a ver si crece, a ver si lucha contra el egoísmo y contra todo mal, a ver si contribuye a que aumente el amor en el mundo, y la verdad, la paz y la alegría honda.
La Navidad es para vivirla en familia, alcanzando así su más exacta dimensión. Por supuesto se viste de tristeza al recordar a los que se fueron y tiene su más bella compensación al recibir en los hogares a nuevos pequeños miembros que la inundan de juventud y algarabía. El ciclo de la vida, abuelos, padres, hijos, hermanos, y nietos polarizan el primitivo núcleo de colectividad humana compartida.
Pero también es Navidad para el que está solo; para el que está enfermo; para el que está falto de libertad; para el que está lejos; para el mendigo; para el inmigrante… No se nos pueden olvidar… Con todos ellos debemos compartir nuestra Navidad, tener habilitado siempre un espacio y hacérsela suya. Dispongámonos a pasar la Navidad con serena armonía familiar, pero que no falte un gesto de solidaridad hacia los que, por desgracia, vivirán estos días en la soledad o en el sufrimiento. Tanto mayor será la alegría de estas fiestas, cuanto más sepamos compartirla no solo en familia o con los amigos, sino también con los que esperan de nosotros un recuerdo concreto.
Son días de llevar la sonrisa puesta, de saludos, de afecto fraternal, de convivencia, de emociones, de amorosa entrega.
Hay un afán por agradar, deudos y amigos se saludan sin prisa, saboreando el encuentro, dialogando sobre temas comunes, dejando que el corazón dicte las palabras…
En algún rincón de la casa, el taller, la oficina… aparece por encantamiento una cinta de colores y un deseo de paz y felicidad, una estrella sobre los cristales que dan a la calle y desde los que se divisa un ajetreo inusitado.
Y en el recibidor o salón, sobre el esquinero o el aparador, que no falte EL BELÉN. Una inventada arquitectura de cartón con caminos de serrín, praderas de verde musgo y montañas de corcho, escoria y cortezón. Lo habitarán personajes diminutos de barro pintado que dan vida a la imaginación, atrayendo a mayores y pequeños que lo crean con ilusión.
Es el Belén, un hecho centenario de costumbre y tradición, que cuando llegan estas fiestas protagoniza, en los lugares en que se instala, nuestra máxima expectación.
Aún recuerdo la Navidad aquella y mi primer Belén, el que pusimos sobre el arca de encina. Era mi madre joven e inmensamente hermosa y tenía las manos cuajadas de caricias… Junto a mis abuelos comprábamos un bote de serrín verde oscuro, candelabros de plomo y de cera velitas y una estrella de plata con una cola enorme y un celaje con una luna de purpurina. Sobre el arca de encina disponíamos corcho, hacíamos caminos con serrín verde y un río de cristales y de papel de plata mi hermana construía. Mi padre ponía un cielo de papel azulado, sembrábamos un bosque de peladas ramitas y el musgo repartíamos entre los corchos rotos y el paisaje creado, nevábamos de harina. Encendíamos luego las velas diminutas y siempre nos quemábamos al raspar las cerillas. Todavía recuerdo la Navidad aquella y mi primer Belén, …el que pusimos sobre el arca de encina. La lámpara de bronce las luces apagaba, se quedaban luciendo trémulas las velitas y en torno al nacimiento cantábamos la eterna canción de navidades que el alma enternecía, que arrastraba una lágrima de gozo o de tristeza evocando que llegamos tarde. Arre borriquito, arre burro arre, arre borriquito que llegamos tarde. Arre borriquito vamos a Belén que mañana es fiesta y “pasao” también.
Desde ese mi primer Belén, muchos han sido desde entonces en los que se me ha invitado a participar, disfrutar u observar. Pero nunca se me pasó por la imaginación pararme a pensar que el belenismo era todo un movimiento cultural y artístico, movido por un inmenso colectivo, que tenía espacio en la historia, que habían recorrido durante siglos países para enseñarlo y afincar este arte y que habían cruzado los océanos para transmitir el arte de los belenes a otros continentes hermanos. Grandes escultores los han inmortalizado durante siglos para reyes, conventos y museos. Grandes escritores y poetas han novelado y versificado su sentido y significado. A lo largo de los siglos el pueblo lo hizo suyo y convirtió “el belén” en tradición popular tanto en hogares, como en comercios y entidades cuando llega la Navidad.
La Navidad ha sido siempre una fiesta con cariz especial en el calendario de celebraciones. Es la fiesta de la irrupción de Dios en el mundo de los hombres para hacerse como nosotros. Con seguridad, ninguna fiesta es tan sentida como ésta: unas veces felizmente pero otras en sentido contrario. En efecto, no es infrecuente escuchar que los sentimientos depresivos aumentan en Navidad o que la soledad se deja sentir con mayor intensidad ahora que en cualquier otra época del año. Supongo que los sociólogos y los psicólogos podrán ofrecer muchas explicaciones al respecto, pero a mí se me antoja, que quizá gran parte de esa sensación de malestar que se produce en muchas personas en Navidad se debe al anhelo de que Dios vuelva a habitar en nuestras vidas. Es como si se percibiera, con mayor claridad que nunca la presencia de Dios, sólo que en negativo, es decir, su ausencia, su huella, su sombra.
El signo de contradicción que supone la Navidad también tiene que ver, creo yo, con el hecho de que se la haya convertido simplemente en unos días dedicados eminentemente al consumo, distintivo de la sociedad en que vivimos. Sé que es tópico decirlo, pero los tópicos lo son precisamente porque contienen una gran dosis de verdad. Quizá no sea muy realista, pero desde luego sí es triste que el criterio de funcionamiento de una sociedad sea el consumo, y no otros valores como la sabiduría, el conocimiento, la bondad, en una palabra, el ser en vez de el tener. Una sociedad que únicamente se dedica a consumir, es una sociedad que acabará no consumada, sino consumida.
En Navidad consumimos de todo: alimentos, regalos, encuentros, amistad…
La desazón navideña tiene mucho que ver con esta contradicción de que la noche santa en que “el cielo se une con la tierra” se convierta en una noche santa en la que no es que haya más desigualdades e injusticias que otras noches, sino que éstas resultan visibles, patentes, como en ningún otro momento del año, precisamente porque conservamos el recuerdo de que se trata de la noche santa en la que Dios roza con su presencia la vida y la existencia del ser humano de una manera especial y única. Recurriré al poeta Antonio Murciano, con su villancico de la noche más alba:
Porque un niño pobre
nació entre pajas,
dicen que es la de hoy
la noche más santa,
la de más estrellas,
la de más campanas,
la noche más llena
de música de alas.
Para nadie sea
nunca noche amarga,
nunca noche negra,
nunca noche mala.
Para todos, siempre,
noche de esperanza,
noche de alegría
dulce y buena y blanca.
Esa noche, nadie
sin hijo y sin casa,
sin vino y sin lumbre,
sin zurrón ni manta.
Esa noche, todos,
su amor y su hogaza,
su copla en los labios,
su paz en el alma.
Porque es Dios quien, Niño,
nació entre esas pajas,
yo os juro que es hoy
la noche más santa,
la noche más niña,
la noche más casta,
la noche más bella,
la noche más alba.
Amigos preparémonos, para celebrar con alegría la Navidad, el nacimiento de Jesús, aquel que es Dios-con-nosotros. Celebremos la visita del Dios que apuesta por los hombres, el Dios que se hace hombre para que el hombre pueda hacerse Dios.
Ese Dios que está presente en cada una de nuestras vidas, y constituyen una silenciosa invitación a comprender en su justo valor el misterio de la Navidad, misterio de humildad y amor, de alegría y atención a los demás.
La Navidad aviva los sentimientos humanos que brotan desde lo más íntimo del ser. Sin sentimientos el ser humano quedaría vacío. Los sentimientos son a la vez expresión de añoranza y de esperanza.
Por ello es indispensable en Navidad, la figura de los Magos. Vienen desde lejos, desde muy lejos, la distancia no es impedimento, una estrella les guió hasta llegar a postrarse ante el Niño para adorarle como Dios, como Rey y como Hombre. Se muestran ante la humanidad como esperanza reveladora.
En el Cielo hay una estrella, que nos guía hacia Belén.
Los magos como son magos, vieron la estrella nacer.
Los hombres como son hombres, la miran y no la ven.
Los hombres somos incrédulos por naturaleza, nos cuesta creer, aún a veces cuando la realidad la tenemos enfrente. En ocasiones nos falta ilusión, nos falta esperanza y sin embargo fácilmente nos dejamos convencer y embaucar por la publicidad engañosa que nos vacía de personalidad y contenido, para obligarnos a unos falsos cánones de belleza, modernidad y divertimento.
¿Por qué nos es tan fácil admitir lo que nos imponen de otras culturas y renegamos de las nuestras, de nuestros ancestros, de nuestro pasado, de nuestras artes y tradiciones, de nuestros abuelos, que vivieron tantas experiencias y tenemos la obligación moral y sentimental de continuarlas?.
Lo nuestro es bueno, buenísimo, gira y obsérvalo a tu alrededor.
Navidad en Vitoria. Olor a la nieve caída. El frío corta nuestra piel. Un vino templa nuestros estómagos. Ruta de Belenes que se dejan contemplar y admirar en la Iglesia del Carmen, catedral nueva, Claustro conventual de los PP. Carmelitas, parque de la Florida… Las familias preparan los hogares para recibir la Navidad 2006. Los chavales se agarran ansiosos a las tan deseadas vacaciones y escriben ilusionados sus cartas a los Reyes solicitándoles de todo.
El 2 de febrero de 2003 la Asociación de Belenistas de Álava me invitó a Laguardia a contemplar la reliquia del belén viviente en la capilla de la Inmaculada de la Iglesia de Santa María, su visión cambió por completo los horizontes tanto históricos como artísticos que en mí existían del belén, dejando constancia como en siglos ha existido un fervor de culto y adoración a estos actos litúrgico-religiosos, que han permanecido vivos en una sociedad que ha sido fiel y creyente en contemplarlos, mantenerlos y necesitarlos cada Navidad como ejemplo vivo de la historia de la Salvación. Es una imagen que me enseñasteis hace ya cuatro años y que siempre me acompañará y con la que hoy quiero finalizar mis palabras.
Con ese aroma de tradición y respeto, como si el tiempo hubiera vencido al tiempo, con entremezcla de olores a boj y pino, observo en el horizonte como dos carneros blancos, muy blancos, continúan todos los años enfrentados, se topan, se oyen golpear sus testas de madera, suenan sus esquilas. La sabia en reposo de sus cuerpos leñosos, revive en cada Adviento, gracias a las fuerzas de quien con ilusión desenfrenada, impulsan sus movimientos con artilugios metálicos. Siglos de tradición y constancia lo contemplarán y mantendrán en el tiempo. Al son de la dulzaina y el tamboril cuatro pastores con sus bailes nos invitan a una nueva Navidad. Es la imagen de la Navidad en el tiempo convertido en eternidad. Es la imagen del pregón navideño que llevamos dentro y que nos invita a anunciar que la Navidad es de TODOS y para TODOS y representa la manifestación en nuestras vidas de la grandiosa e indiscutible majestad de Dios.
Gracias por vuestra invitación, feliz Navidad para todos y para vuestros familiares. Os deseo de corazón un próspero año 2007.
Eskerrik asko gonbidapenagatik. Gabon zoriontsua zuentzat eta zuen familientzat. Urte Berri On, bihotz bihotzez.”
José Manuel Sánchez-Molina Mampaso
Navidades 2006