Pregón de Navidad 2002
EMILIO GUEVARA SALETA
“El espíritu de la Navidad está ya con nosotros”

Abogado y político alavés, ex diputado general de Álava y ex parlamentario vasco, D. Emilio Guevara Saleta, toma el micrófono en el Teatro Principal para anunciar algo que a nadie pasa desapercibido: la Navidad está ya con nosotros.
Un teatro abarrotado disfruto, un año más de este tradicional Pregón de Navidad.
“Queridos amigos, buenos días.
Estamos aquí, convocados por esa admirable Asociación de Belenistas de Álava, para cumplir con un rito que cada año tiene lugar: que el pregonero os anuncie y vosotros oigáis algo que sin embargo ya sabemos y que ya hemos empezado a disfrutar, esto es, que llega la festividad de la Navidad, de la Epifanía.
Si alguna fiesta no necesitaría de un pregonero para anunciarla, sería la de la Navidad, porque en mi opinión no existe fiesta o conmemoración alguna en todo el mundo que tenga la misma capacidad de unir en la celebración a gentes tan numerosas y en sitios tan diversos como la del nacimiento de Jesús de Nazaret.
Como todos los años, el espíritu de la Navidad está ya entre nosotros, en nuestro pensamiento, en nuestra convivencia, en nuestra actividad de cada día, y por tanto este pregón es más una constatación que una convocatoria necesaria. Pero no importa, también este rito que hoy oficiamos forma parte de la celebración y por tanto me apresto a cumplir el honroso encargo que me ha sido conferido.
La Navidad es la fiesta más universal y que mayor creatividad suscita en los hombres. En la obra de los mejores músicos, pintores, escultores y escritores de la historia de la humanidad, la Navidad está presente, con las mejores armonías, lienzos, figuras y páginas. En el acervo cultural y folklórico de todos los pueblos de tradición e influencia cristiana, que son muchos, está desde hace siglos presente la Navidad. El nacimiento de Jesús ha sido celebrado en todos los idiomas y a través de todos los medios mediante los cuales los hombres reflejan su interioridad y expresan su sentimiento.
Y entre todas las tradiciones y costumbres relacionadas con la Navidad, no existe otra tan entrañable y familiar como la de montar en nuestras casas el belén, el nacimiento, desde el más sencillo al más espectacular, y la de ir todos juntos en familia a ver los que, en nuestros parques y en los locales de distintas instituciones y asociaciones se instalan. Cuando somos niños nos fascina ver a la vaca y al buey dando calor a Jesús, a María y a José, y esa situación de pobreza en la que se encuentran, que a esa edad no sabemos expresar pero que intuimos, suscita un sentimiento de solidaridad, de simpatía hacia esa criatura que acaba de nacer. Y cuando somos mayores nos conmueve ver a nuestros hijos sintiendo y expresando lo mismo que nosotros sentíamos y expresábamos. Ante la cueva de Belén desde muy niños se graba en nuestras conciencias el valor de la familia, la ternura de la madre, la responsabilidad del padre, la importancia de la compañía, la necesidad de la hospitalidad. Cuando de niños nos sentimos fascinados por los Reyes Magos, estamos ya intuyendo otro mensaje de la Navidad que luego quizás tendemos a olvidar, cual es el de que los hombres de todas las razas y colores somos iguales. La Asociación Belenista es depositaria celosa y entusiasta de esa tradición y su actividad es el mejor testimonio de la fuerza y de la profundidad que en nuestras almas alcanzan estas fiestas. Cuando uno comprueba las horas y horas que durante todo el año personas de distintos oficios y saberes pasan preparando sus maravillosos belenes, comprende que en esas personas el espíritu de la Navidad permanece todo el año, dándonos una lección que los demás debemos aprender.
Es también la magia de la Navidad y de la Epifanía la que hace que de manera espontánea nos saludemos unos a otros en forma distinta a como lo hacemos el resto del año, que intercambiemos regalos, que experimentemos emociones diferentes, que seamos más generosos y desprendidos de lo habitual. Ese influjo misterioso hace que en Navidad parezca como si la violencia y la crueldad con que muchas veces y en muchos sitios nos producimos declarase una tregua.
Todas estas actitudes y sensaciones son el fruto de la esencia del espíritu navideño que une a los que creen y a los que no creen en una manifestación de alegría, en una exigencia de libertad y en un deseo intenso de paz.
Alegría, libertad, paz, son tres palabras que resumen la Navidad.
Ahora bien, la pobreza, la soledad, el sufrimiento de muchos hombres y mujeres está ahí, y no desaparece durante la Navidad. Y debemos ser conscientes de ello, para dar un sentido de fraternidad a nuestra celebración.
Es cierto que la Navidad se compone, como un mosaico portentoso, de una infinidad de imágenes, de gestos, de sensaciones: una calle iluminada por estrellas de luz, el sonido de un villancico, un niño embelesado ante el portal, la familia reunida a la mesa, el canto de los monjes en la Nochebuena, la reunión de los amigos y de los compañeros de trabajo, un ertzaina vigilando nuestro sueño, los faros de un tren que lleva a casa al hijo lejano, un olor a mazapán, una enfermera aliviando el dolor del paciente, un voluntario sirviendo la cena al indigente, la parturienta besando por vez primera a su bebé, el abuelo jugando con su nieto, la mano tendida al otro, la ternura, la risa, el abrazo, el sueño en paz.
Imágenes, gestos y sensaciones que en estos días cobran un especial relieve y profundidad, como si fueran nuevos y no hubiera nada que empañe su brillo o desgaste su relieve.
Pero también la Navidad es un preso en su celda, un hombre en un país extraño, una mujer sola, la desesperación de un parado, el temblor de un drogadicto, una familia hacinada en la chabola. También el dolor de muchas personas, la desigualdad entre el lujo y el derroche de algunos y la indigencia de otros están en la Navidad. Y no podemos ignorarlo o permanecer indiferentes.
Y de entre esas otras realidades que también componen la Navidad, quiero fijarme hoy especialmente en una. En estos días más que nunca los belenes de carne y hueso están entre nosotros. Aquí, en Vitoria, y en otras muchas ciudades de nuestro país, hay mujeres que están dando a luz lejos de su tierra y de los suyos. Los Jesús, María y José de nuestro tiempo son hoy, por ejemplo, esa pareja de Ecuador, de Colombia o de Nigeria que, como aquéllos, han hecho un largo viaje, a veces sin encontrar otro cobijo para resguardarse ellos y su criatura que un cuarto, un tabuco estrecho y frío, y sin recibir otra ayuda que la de los más humildes, sus iguales.
Como vitoriano me siento orgulloso de la forma en que nuestra ciudad acogió y supo integrar a quienes, desde otros pueblos de España, vinieron hace no muchos años a trabajar y a construir una vivienda digna para sí y los suyos.
Vitoria es una ciudad de inmigrantes, y este es uno de los títulos para mí más honrosos. Y Vitoria debe mucho de su vitalidad actual a esas personas.
Hoy, cuando otras personas llegan desde otras naciones, muchas veces en condiciones más precarias, los vitorianos debemos mantener esa misma disposición de antaño y esforzarnos más, si cabe, por facilitar su integración, precisamente porque mayor es su necesidad.
Cuando pase la Navidad, desmontaremos los belenes y guardaremos con cuidado sus figuras hasta el año que viene. Pero esos Jesús, María y José de nuestros días van a seguir ahí, ante nosotros, interpelando a nuestras conciencias. Por tanto, cuando envolvamos con cuidado las figuras del nacimiento y las metamos en las cajas donde esperarán la próxima Navidad, no podemos sin embargo suspender o poner entre paréntesis hasta el año que viene, nuestra solidaridad efectiva y concreta hacia los inmigrantes de hoy.
Ese belén lo debemos llevar en nuestras conciencias de ciudadanos día a día, en todo momento.
Al igual que los belenistas de todo el mundo, debemos conservar todos los días del año encendida la llama de la Navidad, ese espíritu de alegría, de libertad y de paz, el afán de hacer nacer lo mejor de nosotros, de construir la convivencia. La paz para los hombres de buena voluntad no es ni puede ser una invocación temporal o retórica, sino un objetivo por el que luchar y empeñarse, sobre todo en el presente de nuestra tierra. La cordialidad, la amistad, la generosidad, la compasión, la lucha por la libertad, el deseo activo y vehemente de paz, todas esas actitudes tan nobles que en estos días parecen fluir espontáneamente de nosotros, tampoco las podemos envolver y apilar como a las figuras del belén después de la Epifanía. Al contrario mantengamos nuestros sentimientos de solidaridad para que esta ciudad que tanto queremos sea cada vez más igualitaria, acogedora y abierta, y todos sus ciudadanos sean y se sientan libres, y puedan vivir en paz.
Cuando retiremos las luces multicolores que ya centellean en nuestros parques y calles, hagamos que las miradas de simpatía entre nosotros iluminen nuestra convivencia y alejen la noche oscura de la soledad, del desprecio, de la indiferencia.
Y es que entre la Navidad y cualquier otra fiesta o celebración hay una diferencia fundamental: mientras no es posible, ni siquiera deseable, que una ciudad esté permanentemente de fiesta, sí lo es que procuremos vivir cada momento como si fuera Navidad. De nosotros y solo de nosotros depende que nuestra vida se desarrolle siempre, en el trabajo, en la diversión, en las relaciones afectivas y sociales como en Navidad.
Desde ese espíritu y desde esta conciencia, aprestémonos a disfrutar plenamente de la Navidad, a hacer felices a todos los que nos rodean. Dispongámonos a gozar con la mirada de los niños, especialmente maravillosa ahora, con el beso de nuestro compañero, con el abrazo del amigo, con el sabor de los alimentos compartidos, con el calor del hogar, con los sones de la zambomba, con los regalos recibidos y con los entregados, con todos los actos que tradicionalmente se organizan en estas fechas y que tanto simbolismo encierran, en especial la visita y la contemplación del belén.
Y sobre todo, cuidemos de que la llama que ahora se enciende en nuestro interior no se apague cuando callen los villancicos, el turrón se acabe y los Reyes Magos vuelvan a sus lejanos países para retornar el próximo año.
Y con esta exhortación acaba el papel de este pregonero. El rito se ha cumplido. De todo corazón, os deseo paz, libertad, alegría y felicidad.”
Emilio Guevara Saleta
Navidades 2002