Pregón de Navidad 1994
Monseñor JOSÉ MARÍA CIRARDA LACHIONDO
“Hay mar de fondo”

 

En la noche del 18 de diciembre el VII Pregón de Navidad da un gran salto y se traslada al Teatro Principal, desarrollándose con mayor solemnidad y la presencia de las principales autoridades. Para esta ocasión Monseñor José María Cirarda, vizcaíno pero muy unido a nuestra ciudad donde estuvo destinado tras su ordenación y lugar elegido para su retiro, es el encargado de anunciar el gran acontecimiento de la Navidad a la ciudad que siempre le ha acogido.

 


Paz y Bien, Excmo. Sr. D. José Antonio Ardanza, gure lehendakari zintzoa.

Paz y Bien, Iltmo. Sr. D. José Ángel Cuerda, alcalde y amigo desde nuestros años jóvenes en Vitoria.

Paz y Bien a todos los que os reunís en este Teatro y a los amigos que nos están escuchando por las ondas amigas de la radio.

Me mandan que haga el pregón sentado. A mí me hubiera gustado hacerlo de pie, pero obedecer es amar y, en consecuencia, tendré que sentarme y quizás le falte viveza por ello a lo que quiera deciros a lo largo de estos minutos que voy a robar vuestra atención.

Dejadme confesar para empezar, que entro en el pregón con un cierto miedo. Estoy acostumbrado a hablar en público por todas las tierras de la Península y más allá; pero entro en este pregón con miedo. Como pocas veces en mi vida, y la razón es muy clara; las razones, mejor.

Quiero hacer un pregón navideño y vitoriano, pero yo me marché de Vitoria en el año 1960, y he recorrido distintas tierras del Norte y del Sur de la Península y ya no recuerdo muchas cosas, aun cuando siendo arzobispo de Pamplona he venido por aquí todos los años, y al venir en las Navidades he visitado siempre, sin faltar uno, el gran nacimiento que el Ayuntamiento pone en La Florida.

Tengo un cierto miedo porque soy el primer pregonero dijéramos “solemne” de la Navidad vitoriana. Me han contado los belenistas que, en familia, en intimidad, hace ya varios años que celebran su pregón. Me decía el Presidente, que más bien era un “pregoncillo”, y este año se ha atrevido a hacer un gran pregón, invitando, incluso, a las mayores autoridades que tenemos en Vitoria. Y ser el primero, que de alguna manera debe de marcar lo que han de ser los pregones del futuro, me impresiona. Y tengo un cierto miedo porque no es fácil hacer un pregón de Navidad: ni en Vitoria ni en ningún lugar del mundo occidental, y sobre esto volveré enseguida.

Pero no tenía más remedio que decir que sí: como diré que sí, siempre, a todo lo que esté en mis manos y Vitoria me lo pida.

El año pasado, recién retirado del servicio activo en Pamplona, me pidieron la novena de La Blanca, y la prediqué; este año me han pedido este pregón, saldrá bien o saldrá mal, pero pregonaré. Mis queridos amigos: yo no puedo decir que no a nada que me pida Vitoria, porque viene a ser mi segunda patria chica; o, si queréis en un estilo que se usa bastante en Pamplona, y por ahí saludo también a algunos navarricos que he visto a la entrada, los sacerdotes navarros llaman a la primera Parroquia a que han sido destinados, “mi primera novia”. Mi primera novia sacerdotal es Vitoria, porque me ordené, y después de estar dos años enfermo del pulmón vine aquí como profesor del Seminario, aquí me curé y, gracias a Dios, nadie cae en la cuenta que yo estuve algún tiempo tuberculoso.

Me ha dado mucho Vitoria y, todo ello quizás, está resumido en que su Ayuntamiento quiso ser el padrino, como antes han recordado, de mi ordenación episcopal.

Pero es que, además, ¿sabéis quién me ha pedido este pregón?, ¿quién me lo ha urgido, no diré que poniéndome la pistola sobre el pecho, pero sí apremiándome cordialmente?: Luis María Sánchez, Presidente de los belenistas, viejo amigo; han recordado que yo fui uno de los co-fundadores de la Sociedad Estadio, que, allá en Mendizorroza, fue el primer germen de aquella especie de gran ciudad deportiva de que hoy se puede enorgullecer Vitoria. Y Luis María Sánchez fue un compañero conmigo al fundar aquel Estadio.

Pero decía que no es fácil hacer un pregón navideño. Alguno pudiera pensar que sí. La Navidad es una cosa tan sencilla, tan grata, tan amable, que debe ser fácil hacer un pregón con una evocación poética del misterio que tuvo lugar en Belén. Y no es así. Primero porque a mí no me va demasiado la poesía, aunque os confieso, mis amigos todos, que estos días atrás me he entretenido leyendo tantas y tantas maravillas que en versos se han ido desgranando en honor del Niño que nos nació en Belén, de Santa María. He leído a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz; he leído a Lope de Vega; he leído en nuestros días a Luis Rosales, a García Lorca; que todos ellos se emocionaban al recordar al Niño de Belén. Pero no es ese el pregón que yo voy a hacer. No puede ser mi pregón. La Navidad es una fiesta muy sencilla, pero hay mar de fondo en torno a la Navidad. Yo nací en un riente pueblo de Vizcaya que se llama Bakio. Tiene una hermosa playa, pero está al oeste de ese cabo mayor de nuestras costas que es el Matxitxako. Abierta la playa, por consiguiente, a todos los temporales que vienen del noroeste; y hay días, en pleno verano, que vamos a la playa de Bakio, el mar parece tranquilo y, sin embargo, la bandera que se ha puesto es roja; ¿por qué?: porque hay mar de fondo; porque es peligroso bañarse; porque aunque parezca que no, la resaca es fortísima y puede arrastrar, incluso a los mejores nadadores, hacia mar adentro.

Pues yo diría que algo parecido sucede con la Navidad. La Navidad parece un tiempo tranquilo, con una superficie tersa, pero… hay mar de fondo. Y yo quisiera llamar la atención en este pregón sobre por dónde vienen los temporales que agitan a nuestra Navidad.

Pero antes de seguir adelante, yo quiero brindar este pregón. Y, además, recuerdo que allá en el pueblecito, precioso, una de las joyas que tiene la costa vasca que se llama Mundaka, donde yo viví mi infancia y juventud, porque muerto mi padre, cuando yo tenía 8 añitos, la familia se tuvo que replegar allí donde estaba el solar de mi padre y de mi madre y de mis cuatro abuelos y de mis bisabuelos todos. Allá, cuando yo era joven, había en Mundaka un pregonero: Juanito “el tamborrero” le llamábamos. Iba por las esquinas del pueblo, tocaba el tambor, la gente se paraba, se asomaban a las ventanas las mujeres, y con un castellano bastante malo, porque hablaba mejor en euskera que en castellano, anunciaba: cuándo… un bando del alcalde; cuándo… una película que se iba a dar en el único cine que entonces había y ya no existe en el pueblo; cuándo que se había perdido una llave; otras veces, que al mercado había llegado no sé qué vendedor que traía éstos o los otros frutos de nuestra Rioja.

Pero antes de dar el pregón, aquel Juanito “el tamborrero” aporreaba fuertemente el tambor para llamar la atención. Y yo necesito algo parecido en este momento. No he traído tambor, pero todos vosotros os vais a hacer ahora mismo tamborreros, porque si estáis de acuerdo con la dedicatoria que voy a hacer de este pregón, os pido, no que me aplaudáis a mí, pero sí a la dedicatoria, y para hacerla me pongo de pie.

Mis queridos amigos: el Niño de Belén nos nació de Santa María, y en Vitoria, Santa María es la Blanca, y a mí me ha invitado la Asociación de Belenistas. Yo dedico este pregón a nuestra Virgen Blanca y a la Asociación benemérita de Belenistas de Vitoria. Si estáis de acuerdo, aplaudidles.

Y antes de entrar en el tema central del pregón, un consejo: el viernes estuve oyendo un concierto que la Coral de la Ikastola Olabide dio en la Iglesia de los Carmelitas. Iosune, su directora; yo estaba muy cerca de ella. Y antes de empezar a cantar, con mucho cuidado daba el tono para que cada una de las voces del coro lo cogiera bien y no se perdiera, porque cosa peor que empezar un canto, si alguna de las voces se pierde, es imposible pensar: hay que parar; hay que volver a empezar.

Yo quiero daros el tono de este pregón. Y ese tono tiene que venir dado por la Fe; vamos a celebrar el gran misterio del nacimiento del Niño requetelindo que Santa María nos trajo en Belén; vamos a celebrar el cumpleaños de Dios. ¡¡Qué cosas decimos los cristianos!!, que Dios, el eterno, cumple años y es verdad, porque se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta fe tiene que ir, además, sazonada en humildad: no se entiende nada de lo que es la Navidad; no se pueden entender siquiera, los problemas esos que decía producen mar de fondo, si no es desde la humildad. Mucho menos se podrán entender sus soluciones. En Belén todo es humilde. Si alguna vez vais a Tierra Santa, y yo ya he hecho propaganda estos días entre varios belenistas de que hay que ir a Tierra Santa, el Señor me ha hecho a mí la gracia de haberla visitado siete u ocho veces, no me acuerdo, y de Jerez me acaban de avisar que quieren ir pero que quieren que yo les acompañe, y ya les he dicho que sí. Uno de los sitios donde uno se pasma, es Belén. De los sitios más ciertos. Toda Tierra Santa es el lugar donde nació, y vivió, y murió y resucitó Jesús, pero, luego, a la hora de precisar los lugares, hay unos pocos que son absolutamente ciertos: Es cierta la casa de María, en Nazareth, la de la Anunciación; es cierto el Sepulcro; es cierto Belén; y en todas partes hay una estrella en plata que dice “Hic” (Aquí). En otros lugares se dice lo mismo: Hic, Aquí, pero hay que entenderlo de una manera un poco más amplia: “por aquí”. Donde hizo Jesús la entrega del Primado a Pedro hay una capilla: “Aquí” entiéndelo “por aquí”; 50 metros más arriba o 200 más abajo; “por aquí”, “en la orilla del lago”.

Hay unos cuantos lugares ciertos; uno de ellos es Belén. Y la primera vez que uno llega a la gran Basílica de Belén que tiene bajo su presbiterio dos o tres cuevas, en una de las cuales nació Jesús, se sorprende con que la Basílica es inmensa, pero no tiene más que una puerta para entrar desde la fachada. Y es una puerta bajita, muy bajita, increíblemente bajita; sólo los niños pueden entrar derechos. Cualquiera otro, aunque sea él también bajito, tiene que agachar la cabeza para poder pasar. ¿Por qué se hizo así?. Nos lo explican enseguida: porque los Cruzados la construyeron; tenían miedo a las peleas que podían producirse entre los otomanos y ellos, y por eso hicieron la basílica como una fortaleza a la que no se podía acceder más que por esa puerta pequeña.

Eso es la historia. Pero esa historia se convierte en una parábola que nos viene a decir que en Belén no se puede entrar más que agachándose, humildemente. Luego, ya, levantamos la cabeza: la Basílica, de tres naves, es impresionante, y el corazón se hace ternura cuando llega a la cueva donde nació Jesús.

Yo os pido que entremos aquí nosotros, en este pregón en que ahora mismo me adentro, entremos calladamente, recogidamente, humildemente. Los mejores villancicos que existen a lo largo y a lo ancho del mundo entero, se cantan de manera muy queda, muy callada. Hay también villancicos bullangueros, como los campanilleros de Sevilla, o nuestro “Mesias sarritan”, pero los villancicos más bellos, se cantan muy calladamente, casi a boca cerrada. Por ejemplo, el precioso euskaldun: “Haurtxo polita sehaskan dago, amak esaten dio lo egiteko, baina haurtxoak begiekin esaten dio: ama ezin”. ¿Cómo se puede cantar eso en “fortissimo”?, si nos está contando el diálogo que se da entre el Niño colocado en la cuna y la Madre que le dice que se duerma y Él, que no sabe hablar, le contesta con los ojitos diciendo: “Ama, no puedo”. Y en “Noche de Dios”, que estos días oiremos una y mil veces. Que lo sabemos todos de memoria; que seríamos capaces de cantarlo ahora mismo si nos empeñamos.

Yo recuerdo haber estado un día en un concierto en el que había gentes de muchas naciones, y cantaron en alemán, la lengua original del villancico: el “Stillen Nach”. Y había indios que hablaban en inglés, y cantaron “Holly night” e italianos que cantaron “Notte di Dio”, y castellano-parlantes que dijeron “Noche de Dios, Noche de Paz, Claro Sol brilla ya y los ángeles cantando están: Gloria a Dios, Gloria al rey eternal; Duerme el Niño Jesús, duerme el Niño Jesús”.

Y después que los distintos grupos cantaron este bellísimo villancico, cada uno en su lengua, todos, a boca cerrada, se pusieron a cantar sin diferencia de letras, identificados en la Fe y en el amor al Niño, “Noche de Dios, Noche de Paz”. Así, con fe, con recogimiento, con silencio, vamos a adentrarnos en lo que yo llamaría la entraña de este pregón.

Os decía que la Navidad parece toda sencilla, tersa, luminosa, riente, pero como en las playas de nuestro Cantábrico, hay mar de fondo. Yo quisiera referirme a dos temporales que nos están agitando fuertemente y en los que es preciso, para que la singladura la podamos cumplir debidamente, que no perdamos el rumbo. Y sólo lo podremos mantener con el timón firme en las manos, si con esa Fe y esa humildad y ese recogimiento de que os hablaba antes, damos proa al mar abierto.

E1 primer Belén fue inventado por uno de los genios de la Humanidad: Francisco de Asís. Santo, si vale hablar así, de Primera División. Pero, además de Santo de primera división, poeta, humanista, gigante en todas sus virtudes humanas, y no “pasa”: vivió hace casi siete siglos, y está presente, y todos los artistas del mundo, aunque no sean cristianos, vuelven los ojos a él y le proclaman modelo y patrono. Francisco de Asís es el primero que montó un Belén y, además, tiene data y lugar. Fue en un pueblecito que se llama Greccio en Italia y en el año 1223. Hizo un Belén a la medida de su genio y es, repito, una de las figuras más increíbles que han existido en la Historia.

Y lo hizo enmarcando el Belén en su paisaje de aquella Umbria que está en el centro de Italia. Curioso: Francisco de Asís no paró tras su conversión hasta ir a Tierra Santa. Lo intentó una vez, y fracasó. A la segunda llegó y vivió nada menos que dos años en Tierra Santa. Desde el año 1219 hasta comienzos de 1221. He dicho que el primer Belén lo hace en 1223, dos años después de haber vuelto de Tierra Santa. Y, a pesar de eso, aunque conoció el lugar, aunque sabía detalles y con su alma de poeta había penetrado hasta lo profundo de la historia evangélica, nos hizo un nacimiento, decía, a la medida de su genio y de su tierra. ¿Qué buscaba?. En primer lugar, lo mismo que cuando fue a Tierra Santa: solazarse en la contemplación de la Humanidad de Cristo. Él, y Teresa de Jesús, son quizás los dos Santos de nuestro milenio que más han hecho para que los cristianos no sólo consideremos a Jesús como Dios, sino le veamos humano, cercano, igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Segundo, el quería acercar el Misterio a las gentes. Por fin, por una vía intuitiva, como es propio de un poeta, quería irradiar el mensaje del Evangelio que resumía él en ese saludo que ha quedado para la Historia, y que los franciscanos repiten constantemente: “PAZ Y BIEN”. Si recibís una carta de un franciscano, antes todavía que la fecha, pondrá “Paz y Bien”. Y si os escribe una clarisa, pondrá “Paz y Bien”. Es un eco de aquel deseo de Francisco de Asís que resume toda su vivencia del Evangelio.

¡Ah!. Y ahora, ¿qué nos pasa a nosotros?. He dicho que quería hacer un pregón navideño y vitoriano. Pues bien, nuestros belenes: la realidad que estamos viviendo ahora mismo en Vitoria, nos plantea un problema teológico profundo, cuya solución importa tenerla clara. Hoy vamos nosotros a la Iglesia de los Carmelitas, o nos perdemos por su claustro, donde la Asociación de Belenistas ha presentado un conjunto hermosísimo de belenes, y nos encontramos con una variedad increíble: hay belenes con musgo y con ríos; muchos con nieve, y con nieve copiosa; no he visto en estos belenes lo que en algunos otros sí he contemplado: hasta trenes que andan de aquí para allá. Tenemos belenes gigantes como el que todos los años pone el Ayuntamiento en la Florida: impresionante. Tenemos belenes que son verdaderas obras de arte. Yo quedaba antes de ayer embelesado cuando visitaba la exposición de belenes de Vitoria y, por un lado encontraba el cuidado con que algunos de sus artistas tratan de ser fieles al paisaje y a la Historia, y me asombraba de cómo lograban en una maqueta pequeña una sensación de profundidad en que en un primer plano el Misterio; luego se nos pierde la vista en el horizonte, de una llanura, de una montaña, de unos campos diversos.

Pero por Gracia de Dios, y siempre visitando a misioneros en el ancho mundo, yo he visto belenes con Vírgenes y Niños negros, tallados en ébano; con unos labios gruesos como son siempre los de la raza negra. He visto en el altiplano colombiano nacimientos en que las figuras del Niño y la Virgen y José, y cuantos por allí andan, tienen una piel cetrina. He estado en el Japón, y he visto nacimientos en que el Niño y la Virgen y San José, y todos los que andan en el Belén, tienen los ojos rasgados. Ayer mismo regalaba a una sobrinilla mía, un calendario que me ha llegado desde el Japón y que en la primera estampa representa a una Virgen de ojos rasgados que lleva en su regazo un Niño también de ojos rasgados. He estado en la India, y allí me he encontrado con Vírgenes vestidas de shari, y con el Niño enfajado, lo mismo que ellas hacen, las madres indias, con sus pequeños.

Bueno, por encontrar, he encontrado todo allí en esa exposición. Me he encontrado con un discutible Belén en que todas las figuras son pitufos: la Virgen y San José, y el Niño es un pitufillo pequeñito, y los pastores y los Magos, todos son pitufos. Y no he visto todavía, pero espero visitar, ese nacimiento mitológico que dicen que se va a poner allá en el gran edificio Europa en el Centro de Cultura. Y surge un problema, un problema teológico, un problema hondo: ¿pero dónde está la historia?. Ayer me decía uno de los belenistas, visitando los belenes, “Bueno, aquí hay anacronismos”, y yo le decía: “y anatopismos”, porque en el tiempo no estaremos de acuerdo con lo que pasó hace 2000 años, pero el lugar que aquí está representado tampoco es igual que el de Belén, pues no sabemos cómo fue el nacimiento de Jesús. Pues no nos lo ha escrito con unos detalles realmente precisos San Lucas. ¿Pues no dice él mismo que fue a preguntar a los testigos y del nacimiento de Jesús, cuando escribe San Lucas no había más que un testigo (María)?. Y por eso los dos primeros capítulos del evangelista San Lucas se llaman “El Evangelio de María”. ¿Por qué entonces tantos anacronismos?. ¿No nació Jesús en un tiempo determinado? (y el Evangelio además lo precisa: en tiempo de Tiberio y siendo emperador Cirino). ¿No se encarnó en una raza concreta (la judía)?. Ayer mismo leíamos en el Evangelio la genealogía de Jesús: y subimos hasta David, y subimos hasta Abraham, y de Abraham hasta Adán, dando unos saltos… pero para demostrar claramente que Él era de la raza judía. Es un problema.

El pueblo cristiano sabe que la Encarnación del Verbo y el Nacimiento de Jesús trascienden todo, en el tiempo y en el espacio; la Encarnación del Verbo, el Nacimiento de Jesús en Belén es la gran noticia: la Buena Nueva se llama Evangelio, (eso es en griego). Lo centra todo, lo polariza todo en la Historia.

Si me permitís una disgresión, cuando yo estaba aquí de sacerdote profesor del seminario, los intelectuales católicos franceses me invitaron un año a asistir en París a una gran asamblea que tenían ellos. Allí conocí yo a alguna de las grandes figuras cristianas, religiosas o laicas, del pensamiento francés. Paraba en casa del capellán de la asociación, hoy canónigo-párroco de Notre Dame de París. Y éste me dijo un día: “Oye, ¿has visto una película que están dando en el cine tal?. – No. -¿No ha llegado a España?. -No. No llegó porque la censura la prohibió por una tontería, porque al final salía un ejército que imponía, en una isla, la voluntad de un obispo, y el régimen de Franco consideró que aquello podía desdorar algunas cosas de su política. Me dijo: “No dejes de ir”. Y fui a verla. La película se titulaba “Dieu a besoin des hommes” (Dios tiene necesidad de los hombres). Yo creo que había que haberla titulado al revés: “Les hommes ont besoin de Dieu” (Los hombres tienen necesidad de Dios), porque todo el argumento que dice tenía un fundamento histórico en el siglo XII en una isla del sur de Inglaterra, se reducía a que en una isla había un poblado; el obispo no tenía sacerdotes, no mandó párroco y entonces el pueblo fue poco a poco obligándole al sacristán a que invadiera funciones sacerdotales. No me interesa el argumento. Solamente el primer día en que aquel sacristán, forzado por el pueblo, hizo su primera homilía: inesperadamente él presidía un culto como hoy tantas veces se hace en celebraciones sin sacerdote: Liturgia de la palabra. Y el buen sacristán, terminada una pequeña explicación, dijo: “Bueno, y ahora pues vamos a rezar el Credo. Rezaron el Credo en latín, y todo el mundo fue diciendo: “Credo in unum Deum Patrem omnipoténtem…”. Llegaron a “et incarnatus est…”. Cuando yo vivía en Vitoria, en el “et incarnatus est” nos poníamos siempre de rodillas. Ahora, la Liturgia renovada ha quitado esa genuflexión pero la deja para el día de Navidad y para el día de la Anunciación. Ese día, al decir “et incarnatus est”, tiene que arrodillarse el Papa, todo obispo, sacerdote y todos los fieles, al recordar el Misterio de la Encarnación.

Pues bien, aquel buen sacristán se encontró con que al decir “et incarnatus est”, todo el mundo se arrodilló menos un hombre que se llamaba Tomás y que estaba allí al fondo de la iglesia, al lado de la puerta. Y el gran sermón, yo no lo he olvidado nunca, que predicó aquel sacristán en la película, bellísima por otra parte, fue éste: paró la recitación del Credo, y dijo: “Un momento: Tomás, me he fijado en que no te has arrodillado y cuando se dice “et incarnatus est de Spíritu Sancto ex Maria Vírgine…”, hay que arrodillarse porque éste es un misterio muy grande. Tomás, fíjate: eso quiere decir que Dios, el que ha hecho el Cielo y la Tierra, el que nos trae la lluvia y los peces del mar; Dios se ha hecho hombre igual que tú y que yo; Tomás, y esto es muy grande y hay que arrodillarse. Vamos a rezar otra vez el Credo: Credo in unum Deum…”, y al llegar al “et incarnatus est” se arrodillaron todos: también Tomás.

Nuestro pueblo cristiano sabe eso y entonces centra toda la historia en el Nacimiento de Jesús. Los años se cuentan desde el nacimiento de Jesús. La Historia se divide “antes de Cristo” y “después de Cristo”, y antes de Cristo y después de Cristo es antes y después del nacimiento de Jesús. Y hasta los pueblos paganos: en el Japón se cuentan los años antes y después del nacimiento de Cristo. Y hasta nuestros hermanos mahometanos, que tienen su Era, la Hégira, que recuerda la huida que hace Mahoma desde la Meca a Medina, a la vez que ponen sus años, tienen que poner los años de la Era Cristiana. Porque el mundo está dominado por ese acontecimiento de la Navidad. Pero no solamente centra los años: centra la vida. Si yo os preguntara a vosotros ¿qué día nació Jesús?, a lo mejor alguno me contestaría: “pues está sabido: en la noche, muy más clara que el mediodía, que fue la que iba del 24 al 25 de diciembre”. Pues no. Os decía que en Belén todo es humildad; todo es tan humilde que no sabemos cuándo nació Jesús. ¿Por qué lo celebramos el día 25?. ¡Ah!. Porque el pueblo cristiano quiso centrar en el nacimiento de Cristo algo que los romanos celebraban con bacanales tremendas, que era el que empezaba ya a crecer el día. Era el solsticio de invierno, o de Capricornio. Y para celebrar que el día ya no descendía en horas de luz, sino que empezaba a crecer, tenían enormes fiestas, y como Jesús dijo “Yo soy la Luz”, los cristianos dijeron: la Navidad, el nacimiento de Jesús, en el solsticio de invierno. Y se bautizó todo aquello que eran las saturnales. Y llegó un momento en que llega el cristianismo hacia los países del Norte, y allí, para celebrar también el nacimiento del día que crece, y ellos lo sienten más que nosotros que estamos en el Sur, rendían culto a un árbol, y va el nacimiento y atrae el árbol, y el árbol se coloca junto al nacimiento, y si vais a Roma, en la gran plaza de San Pedro, veréis que se pone un nacimiento con figuras de tamaño natural y, al lado, un árbol que mandan desde el Norte al Papa como regalo.

Aquí a la entrada yo he visto una figura un poco fantasiosa del Olentzero. Y el Olentzero, ¿qué es?. Es una tradición que dicen tiene su origen en el Goierri guipuzcoano, o, tal vez, en las estribaciones del navarro Aralar: es un carbonero que viene a la ciudad. ¿De cuándo viene esa tradición del Olentzero?. Quizás de antes del Cristianismo, pero el Cristianismo lo asimiló y ese carbonero viene a la ciudad a rendir culto a Jesús.

Todo, en el tiempo, en el espacio, en la vida, el sentido cristiano lo ha hecho centrar en la Navidad. ¡Ah!, y aquí el problema en el cual nos encontramos. Aquí el temporal que a veces nos ha agitado fuertemente y que hoy parece más sereno: ¡No hay que contraponer el árbol y el Belén; el Olentzero y el nacimiento o los Reyes!. ¡No hay que contraponer nada, porque lo cristiano es bautizarlo todo!. Que Cristo vino a salvar a los hombres y al mundo. Y todas las cosas de los hombres pueden y deben ser centradas en Cristo. Lo pagano es contraponerlas. ¡Ah!, y en este momento que una especie de pleamar de neo-paganismo nos invade. Cuando, no la laicidad, que es buena, sino el laicismo, que es malo, trata de corromperlo todo en nuestra vida social, tenemos el peligro de que el consumismo quiera resucitar los saturnales que fueron bautizados por la fiesta de Navidad. Tenemos el peligro de que una secularización de la fiesta de Navidad quiera contraponer el árbol al Belén; tenemos el peligro de que el Olentzero no solamente quiera sustituir a los Magos (en el Norte viene San Nicolás a traer los juguetes) sino que en algún momento, creo que ya superado, se presentara incluso en la misma línea con que algunos, alocados diría, creyeron que lo que demostraba el amor a lo vasco era resucitar costumbres anticristianas y, a veces, diciendo que no querían ser religiosos, organizaban akelarres en las cumbres de algunos montes. ¡No!. Lo cristiano es bautizarlo todo; lo cristiano, mis queridos amigos, es no contraponer nada, sino centrarlo todo en ese Niño requetelindo que nos nació de Santa María en Belén.

Vuestro silencio es impresionante. Si no estuviera mirando el reloj no caería en la cuenta de que tenía que ir terminando. Pero yo quiero interpretar vuestro silencio, además, como un “de acuerdo”, como un “amén”, como un subrayado a lo que os vengo diciendo. Y como tengo que terminar, añadiré otra idea que es importante, y que también en los belenes que visitaba el viernes pasado, encontré bien registrado. Es inimaginable un Belén sin un Portal, con un Niño, con María y con José. Pocas veces faltan los pastores. Pero cuando un nacimiento es perfecto es cuando no le falta ninguno de los tres grandes capítulos del Misterio de Belén: el Nacimiento, el anuncio a los pastores y la llegada de los Magos.

Hay en nuestros nacimientos que están en los PP. Carmelitas, algunos que representan todas estas escenas. Hay uno precioso que está en una esquina del claustro, que representa una extraña figura que yo no había visto nunca. Una especie de enorme picacho parecido a aquel que hemos visto tantas veces en la televisión, de Saint Michel, en la costa francesa. En lo alto alto alto, está el castillo de Herodes. Anatopismo, porque el castillo de Herodes estaba en Jerusalén, y aquí nos lo han puesto en Belén, ¡qué más da!. Está en lo alto y hay un camino que baja dando vueltas a ese picacho y de allí descienden los Reyes que han estado consultando con Herodes dónde ha nacido el Niño porque han visto su estrella. Y esa enorme roca va girando y se para tres o cuatro veces y en cada una de las paradas presenta una faz distinta: en una los Magos; en otro de los parones que va dando según gira, aparecen los pastores que están escuchando el anuncio del Ángel; en otro, el Misterio del Portal. Pues bien. Yo quiero invitaros a caer en la cuenta que eso nos está hablando del universalismo del Misterio de Belén. En sus dos dimensiones: en la dimensión de los pueblos de la Tierra y en la dimensión de la condición de todas las gentes del Mundo: María y José, como Jesús: judíos; los pastores: judíos; ¡ah! los magos ya vienen de otras tierras: nos representan a todos nosotros. Epifanía es el primer día misional de la Historia cristiana. Nosotros no somos judíos ni descendientes de judíos (quizás alguna gota de sangre judía tengamos todos) pero somos gentiles: en los Magos estamos representados. Pero allí en Belén hay pobres, María y José son muy pobres: tuvieron que ir a un portal para que la Virgen diera a luz al Niño. Los pastores se pasaban la noche cuidando las ovejas, pobres… Los Magos eran ricos; los Magos traían oro, incienso y mirra, porque el mensaje de salvación es para todos, para ricos y para pobres. ¡Ah! y aquí, mis queridos amigos, algo que a nosotros, si de verdad entendemos el Belén, nos tiene que hacer pensar. Primero que el creer en Jesús nos compromete a ser misioneros, a preocuparnos porque la Buena Noticia llegue a todos los hombres como estuvieron allí representados los judíos en los pastores; los gentiles en los Magos; pero también a que tiene que llegar el mensaje a todas las gentes: a los ricos y a los pobres sin diferencias de clases.

Al lado nuestro hay muchos pobres. Vitoria creo que es una de las ciudades que yo conozco con más alto nivel de vida, y con mayores comodidades. Gracias a que las autoridades se han preocupado mucho de hacérnosla cómoda y dotarla de tantos y tantos servicios. Pero en Vitoria hay un cuarto mundo: hay gente pobre. Y estos mismos días hemos oído de qué manera en alguna barriada ha habido unas reacciones tremendas contra unos pobres enfermos de sida a los que el Ayuntamiento les quiere colocar una casa para que puedan ser atendidos debidamente y han reaccionado… Eso no puede ser cristiano. También esos tienen derecho a celebrar la Navidad, y recibir nuestra caridad.

Y a lo largo y a lo ancho del Mundo (el Señor me ha dado la gracia de recorrer casi todas las naciones de América; bastantes de África y algunas del Extremo Oriente, y si Dios quiere el mes de enero pienso volver por tercera vez a la India), ¡qué pobreza!…

Quería hacer un pregón navideño y vitoriano. Hace dos años, arzobispo en Pamplona todavía en servicio activo, vine a pasar la Blanca como un vitoriano más. Y me encontré con que nuestro alcalde, que me escucha, al dar la recepción el día 5, tuvo unas palabras como era de rigor, y antes de invitar a los allí presentes a pasar a tomar unas cosas en el lunch, recordó que había un tercer mundo. Y pensando en las tierras del centro de América, que él conoce bien, vino a decir, más o menos esto: No tenemos derecho a celebrar gozosamente nuestras fiestas si no tenemos un recuerdo para gente que no las puede celebrar porque no tiene ni qué comer. Fue discutida la intervención del alcalde. Yo no la voy a defender: unos dijeron que era oportuna; otros que no era oportuna; algunos concejales se marcharon. Lo que sí es cierto es que, fuera oportuno o no oportuno hacerlo en aquel momento, es profundamente humano y cristiano tener presente a los que sufren cuando los demás disfrutamos. Y no hay derecho a celebrar gozosamente la Navidad, y tenemos que celebrar gozosamente el cumpleaños de Jesús, si no tenemos un recuerdo para nuestros hermanos del tercer y cuarto mundo, que cuando llegan noticias de Ruanda nos escalofrían a todos, pero sin que haya tanto horror como se apretó en pocos días en aquellas tierras que dos veces he visitado como arzobispo de Pamplona.

Todos los días hay tragedia de miseria y de hambre en el mundo. Y Belén nos llama a que hay que tener un recuerdo de los pobres, los predilectos de Cristo; los primeros a los cuales les llegó el mensaje de la Navidad.

En las tierras del Norte, las del norte más norte de Europa; allá por Suecia y por Noruega, donde la descristianización es más profunda que en las tierras del Sur, conservan, sin embargo, una costumbre que es curiosa: en el día de Nochebuena, además de poner los servicios para todos los que están invitados a la mesa (10 ó 14 ó 16) se pone un servicio más: Por si llega el Señor para que encuentre sitio en la mesa. Y a veces, en las Parroquias cristianas hacen que llegue el Señor en la persona de un pobre. Eso sí que es entender debidamente el Misterio de la Navidad.

Termino. No sin saborear con vosotros un bellísimo villancico de Lope de Vega, y otro inventado por nuestro pueblo euskaldun.

Decía el clásico, mirando al Niño recién nacido en Belén:

Norabuena, vengáis al mundo Niño de perlas
que sin vuestra vista no hay horabuena.
Niño de jazmines, rosas y azucenas.
Niño de la Niña, después de Él, más bella.
Norabuena, vengáis al mundo Niño de perlas
que sin vuestra vista no hay horabuena.

O como dice un villancico nuestro:

Mesias sarritan agindu zana
aingeru artian dator gugana
gloria zeruan pakea hemen
kantari aingeruak datoz belenen

Mis últimas palabras: querido Lehendakari, querido Alcalde, belenistas muy queridos, amigas y amigos…

Belengo pakea eta zeruko zoriona eguberrian eta urte berri osoan.
PAZ Y BIEN.
Los de Belén, que son los buenos, para todos en las Fiestas Navideñas y en todo el Año 1995.
Así sea. Amén.

Monseñor José María Cirarda Lachiondo
Navidades 1994