Pregón de Navidad 2001
ROSA MARÍA HUETO ARCE
“Hay que entrar en la gruta de Belén”

 

 

La noche del viernes 16 de diciembre de 2001, el Teatro Principal acogió al numeroso público que acudía al Pregón de Navidad, pronunciado en esta ocasión por la vitoriana Rosa María Hueto Arce.

 


“Buenos días. En primer lugar quiero saludar cordialmente a estas personalidades religiosas y civiles que nos presiden, así como a este numeroso y agradable público. Y pediros benevolencia para este sencillo pregón, por la osadía de pronunciarlo en este lugar, en donde en ocasiones anteriores lo hicieron personas de gran relevancia. Perdonad los fallos debido al deterioro de mis neuronas. Yo pondré mi buena voluntad, vosotros gran tolerancia y el Espíritu del Señor que haga todo lo demás.

En segundo lugar solicito de esta plana mayor el permiso para “tutearos” pues este lúdico pregón así lo requiere, ya que efectivamente esto va a ser un juego.

Muchos de vosotros conocisteis a D. Alejandro Ortega, estupendo sacerdote en todos los sentidos. Él nos decía muchas veces que “para entender y vivir la Navidad hay que entrar en la gruta de Belén”. Todos sabéis, y más si habéis estado allí, que la gruta tiene una entrada baja, pequeña, angosta. Hay que agacharse, bajar bien la cabeza, empequeñecerse. En una palabra, hacerse como niños. Y entonces, como tales niños vamos a jugar.

El juego consiste en disfrazarnos, en identificarnos, en imitar a alguno de los personajes que representan el Belén alrededor de María, Jesús y José, para que así, “clonándolos” un poco podamos vivir una auténtica Navidad. ¡Veamos!.

Tenemos los pastores, gente sencilla, que al oír al Ángel dejan sus rebaños y, cogiendo algo de su frugal cena (unos dátiles, un poco de queso, algo de miel) se acercan rápidos a la gruta. Para disfrazarse es muy fácil: una trenca, una mochila, una gorrilla y botas. ¿Quién no tiene botas ahora que están tan de moda?.

Otros personajes que siempre están en el Belén son los Reyes Magos. Ven la estrella, dejan todo, preparan presentes (oro, incienso y mirra) y raudos se ponen en camino.

Para el disfraz, vamos de uno en uno. Melchor podría ser un rey de las finanzas, con grandes empresas, mucho poder adquisitivo, con una capa dorada, botas muy relucientes y sombrero adornado de baratijas. Gaspar, anciano venerable, sabio y catedrático de astronomía, ¿qué hace falta para su disfraz?: una barba blanca de algodón pegado con esparadrapo o celo, una capa de piel de gato pintada y un birrete que se puede hacer con cartón negro. Nos queda Baltasar, el negrito. Me lo imagino soberano de una tribu muy importante, con poder y escolta. Al que se disfrace de este personaje hay que pintarle la cara, ponerle un turbante, chilaba y chancletas.

En todo Belén que se precie no puede faltar el Ángel, pero el que deja el cielo para venir de mensajero de Paz. Nos resulta muy fácil su disfraz: una túnica blanca, alas de cartón y guirnalda dorada en la cabeza.

Podríamos seguir así con todos los demás componentes: la lavandera, el granjero, el leñador… Bueno, ¿ya habéis elegido el disfraz? ¿os habéis encarnado en alguno de ellos?.

Yo he elegido el de panadera y llevo unos bizcochitos a María, que con la leche del lechero calentadita al fuego del leñador le saben a gloria bendita… y nunca mejor dicho.

Así que, como Jesús, María y José siempre están con nosotros, podríamos organizar un Belén Viviente y presentarnos al concurso de Belenes que tan estupendamente convocan los Padres Carmelitas y la Asociación Belenista. ¡A lo mejor nos dan un accésit!.

Pero ahora ha llegado el momento de dejar el juego. Hay que identificarse con el personaje que hemos elegido. No basta el disfraz. Hay que observar sus actitudes, analizarlas, revisarlas e imitarlas.

Hemos observado que todos dejan algo y llevan algo. Empecemos por los pastores.

Al oír al Ángel dejan sus rebaños, sin pensar en los riesgos que pueden correr, a merced de los bandidos, alimañas, etc., y llevan no lo que les sobra, sino de su sustento, muy pequeño por cierto.

Pensemos: ¿Somos nosotros capaces de dejar nuestras cosas, nuestro tiempo, para colaborar en la Parroquia, visitar personas enfermas o solas, trabajar en un voluntariado, contribuir a la construcción de un hogar para niños de la calle, por citar algún ejemplo?. ¿Damos de lo que nos sobra para acallar nuestras conciencias después de haber malgastado en tanta cosa superflua?.

Me diréis: “ya hacemos”, “ya damos”, “ya somos”. Siempre se puede hacer más, dar más y sobre todo con más amor.

Sigamos por Melchor: ve la estrella y hay que seguirla, pero tiene que dejar sus empresas, sus negocios… pero si mientras está de viaje baja la bolsa o surge una crisis ¡corre muchos riesgos!.

¿Qué riesgos corremos para vivir nuestra fe, seguir la estrella?. Él decide financiar el viaje, muy costoso por cierto. Los camellos están por las nubes, rellena un cofre con oro de sus arcas y se pone en camino…

Aquí en esta sala hay muchos “Melchores” que pueden financiar una campaña anti-droga, construir un hospital en, por ejemplo, Los Ríos, dotar de unas becas para los seminaristas del (nuestro) Obispo Luis Mari Onraita en Angola.

Ahora fijémonos en Baltasar: rey, importante, con muchas tribus bajo su mando, tiene mucho poder e influencia. Al ver la estrella duda en seguirla pues teme que en su ausencia se amotine alguna tribu, salte algún golpe de estado y cuando vuelva se quede sin trono… pero presiente que bajo esa estrella hay alguien más poderoso que él y prepara el viaje sin olvidar presentes valiosos, entre ellos la mirra.

También aquí veo muchos “poderosos”. Entendámonos: que durante su mandato pueden promover lujos justos, promocionar los “status” más desfavorecidos y atender primordialmente a los “sin voz”, a los que no cuentan y poco o nada tienen.

Queda Gaspar: gran sabio y erudito, es mayor, próximo a la jubilación. El vio el primero la estrella. Duda y recela. Si la sigue ¡pueden pasar tantas cosas…!. No tiene teléfono móvil ni e-mail. Va a lo desconocido. En su ausencia pueden destituirle definitivamente. Su cátedra está en peligro… Pero no. No piensa más. Coge un cofre con incienso y organiza el peligroso, incierto y arriesgado periplo.

En esta sala también están muchos profesores, sacerdotes, etc. Personas muy preparadas en distintos temas que desde su ambón, púlpito, cátedra o tablero pueden influir, educar, dar lo mejor de ellos mismos a favor de inmigrantes, niños con pocas capacidades u oportunidades, jóvenes con necesidad de apoyo, ayuda, etc., dejando ellos sus tareas remuneradas a favor de tantas personas necesitadas de cultura, educación y dedicación.

Seguimos con el Ángel: él deja el Cielo, tan cómodo, tan calentito y se viene a la Tierra fría e inhóspita, llena de peligros en todos los sentidos. Y trae lo más importante: la Paz. La Paz que debe ser una de nuestras prioridades, la que tenemos que conseguir a toda costa, todos nosotros, estemos disfrazados de lo que estemos… porque ahora llega el “momento de la verdad”: se acaba el juego.

¿Cuál será la responsabilidad que corresponde a nuestro disfraz?. El disfraz supone un compromiso. Tal cual tenemos que responder, porque, si no lo hacemos, nuestra Navidad será una farsa llena de luces, guirnaldas y eslóganes, pero vacía de Paz, Alegría y Amor, la que corresponde a nuestro “ser cristiano”. La que os deseo a todos vosotros junto con mi cariño. La Navidad Auténtica que nos hará felices a nosotros y a todos los demás.

Muchas gracias por vuestra exquisita paciencia y atención.”

Rosa María Hueto Arce
Navidades 2001